
Pensé que iba a pasar un carnaval frustrado.
Desafortunadamente, el clima no fue un aliado para cumplir mis planes de viajar a Oruro, pero bueno, será otro año.
Si bien el viaje me hacía mucha ilusión, teníamos el cronograma relativamente planeado y allá una rave nos esperaba, pero mirando el panorama desde mi “yo positiva” (esa a las que pocas veces le doy bola), recordé que nunca la había pasado mal en carnaval aquí.
Así fue como lancé mi manifiesto carnavalero:
“De todas formas la voy a pasar en grande aquí y nadie me va a detener!”.
Finalizando la frase miré de reojo a mamá, que seguramente recordó anteriores carnavales y empezó a ponerse nerviosa, como buena hija que soy le advertí: “Ahh no, ni empeces a darme sermones, que desde el día del corso hasta el martes no me ven, hace de cuenta que viaje a Oruro, no existo aquí, en este momento te esta hablando un holograma”.
Pero bien sabía que no iba a escapar de su mano controladora protectora, así que prometí no darle muchos dolores de cabeza.
Lo único que esperaba era que fuese distinto a otros años, y los resultados colmaron mis expectativas.
Aunque también tuve un imprevisto, pero por suerte a mi lado tenía a un Ocurrente y alentador amigo, que no dejó que esto me amargue, unas buenas palabras, dos cocachos, un carajazo y la fiesta continuó por varias horas más, hasta que una señora afligida y medio histérica me pidió volver a casa.
Siempre guardo buenos recuerdos de carnaval y este año no será la excepción, me quedo con mi martes sin resaca, la foto con cara de pelotuda, la esquina Ballivián y René Moreno, mi bata con serigrafía casera, el sueldo diezmado y las horas de alegría en compañía del Curucusí.